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El Atajo en Arte al Día

Por María Laura Zacharías.

José Luis Landet busca desde hace años la imagen del paisaje latinoamericano. Y en la muestra El Atajo que presenta en Marco encuentra algunas maneras de aproximarse a esa idea. Construye rampas, une vestigios, desmenuza colores, traza identikits, junta imágenes al azar, crea un alfabeto… y termina por construir una idea total del paisaje nuestro, pero sobre todo de otro tema que también lo obsesiona: la pintura. Hay una gran instalación, un atajo físico, y un conjunto de 467 obras que apuntan a algo que queda claro en el subtítulo: un desplazamiento en el autor.

La muestra es antológica, una síntesis de sus investigaciones de los últimos diez años, con obra producida en el último año y medio. Invita a un recorrido especial dentro de uno de los más nuevos museos de La Boca. Con una de sus tan características estructuras de madera, esas que remiten al esqueleto del bastidor, permite llegar desde la planta baja a la lucerna del primer piso sin tocar las escaleras. Un museo adentro de otro museo.

Su diálogo en esta búsqueda es con un autor amateur esencial, construido con miles de fragmentos de obras encontradas, sobre las que Landet trabaja y crea la suya propia. ¿Qué es un pintor amateur? Para Landet se trata de aquellos creadores que no participan del mercado del arte. Pienso que son pintores que antes gozaron del beneplácito comercial y hoy están olvidados. ¿Serán Landet y los artistas de su generación considerados amateurs dentro de cien años? ¿Usarán su obra como base para intervenir y crear la propia? No lo sabemos. Pero hoy su trabajo es necesario y justo, abre senderos y ofrece un final digno para el quehacer de sus colegas de antaño.

Es posible recorrer el archivo de la obra de Landet en un gabinete. Ahí están sus grillas de madera y todo el camino que lo llevó hasta acá. A veces está ahí el propio artista trabajando. “Soy facilitador, me interesa abrir los procesos y contarlos”, dice Landet, que está siempre disponible para el espectador.

“Trabajo con desechos socioculturales, cosas que encuentro en el Mercado de Pulgas o en la calle, que han tenido una producción y un consumo específico, y están cargados de una memoria. A partir de esos materiales, yo empiezo a clasificar, ordenar y a ponerles mis propias narrativas”, explica. Durante mucho tiempo se inspiró en su memorabilia familiar y una historia de militancia de izquierda y exilios, a partir del hallazgo en una buhardilla de recuerdos polvorosos. Los sumergió en sus propios tintes, los subrayó –como libros leídos– y los trajo al presente. “Lo que me sigue interesando a mí son tres preguntas: ¿quién produce?, ¿quién distribuye? y ¿quién consume los objetos socioculturales que los artistas producimos?”, dice Landet.

Buscando respuestas, desde 2014 su investigación bucea en los pintores no profesionales. Han pasado por sus manos miles de piezas de México, Perú, Brasil y Argentina. Paisajes bucólicos, románticos, paradisíacos y, también, europeizantes. Un formato decimonónico que se repite, donde Landet busca pistas de lo propio desde la deconstrucción, la ficción o el análisis de las firmas. “El método Landet se asemeja a la arqueología procesual y dirige su investigación a encontrar vestigios culturales a los que denomina ruinas civilizatorias y es a partir de estos materiales que realiza una apropiación radical y poética de las imágenes, sean estas pinturas o piezas gráficas”, escribe la curadora, Sandra Juárez.

Un gran atlas warburgiano se despliega en la pared del fondo. Son 162 de sus 200 Tríadas, conjunto de tres imágenes y títulos extraídos de enciclopedias y unidas al azar, desde su práctica del Tai chi y la respiración como inspiración. Collages de tres que pega sobre papel milimetrado, fotocopia, rompe, pega, sumerge… Están en la pared y también son libro y poster, porque a Landet le interesa el consumo accesible de su trabajo.
¿Cómo suena Lenin hoy? son 54 fragmentos de los ensayos de Lenin, que están sumergidos en negro y al azar dejan ver aforismos. Landet quiere hacerlos sonar como una partitura. Se ven en las paredes laterales, junto a cuatro décadas de procesos políticos argentinos trabajados a partir de las tapas de libros de izquierda, fragmentados e intervenidos, y una serie de máscaras creadas en cuarentena, que cuando el público toma el atajo y sube la rampa empiezan a cambiar de perspectiva.

El viaje hacia arriba sumerge en otra sensorialidad. Es posible acariciar el lomo de los cuadros-ventana que están suspendidos en altura. En la estructura central aparecen pinturas-escultura, collages de cuadros en tres dimensiones. Y se llega a un espacio transitable, en el centro, donde hay un banco que suele ser ocupado por el colectivo de teatro de improvisación La Bomba de humo –tienen un guardarropa con su vestuario a la vista– o por intelectuales invitados a charlar sobre la muestra. El público hace y deshace, se acuesta o se sienta. El recorrido hacia arriba llega al techo (a los chicos les gusta estirar la mano y tocarlo). Un cuadro del Puente Nicolás Avellaneda se superpone en una línea imaginaria con el propio puente que está unos cientos de metros más allá de las paredes.

El artista mira el reverso, lo oculto o el backstage de la pintura. Encuentra formas en la mancha de aceite que deja en la cara de atrás de la tela el pastel al óleo. Hace composiciones geométricas con cuadrados del detrás de las obras encontradas, un degradé del más claro al más oscuro y antiguo. También pinta a partir de cielos ajenos, cuadrículas que la mano tiende a acariciar, como si se pudiera estrechar las manos de los pintores desconocidos.

En su oda hay una referencia a una referencia. Landet empuña el pincel para dar cuerpo al paisaje morfina del que habla César Aira en Un episodio en la vida de un pintor viajero, crónica onírica de la vida de Rugendas (que mira el horizonte bajo el efecto del opioide, detrás de un velo con el que se protege la piel quemada por dos rayos que cayeron sobre él). “Todo mi trabajo tiene que ver con esta reorganización del paisaje, esta mirada de ensoñación del pintor amateur, el paisaje eurocentrista; en mi descomposición intento repensarnos como territorio en los términos de Rodolfo Kusch, de estar siendo”.

Entre los miles de telas que pasaron por sus manos tuvo hallazgos inesperados, como cuando cortó una tela que, después supo, valía miles de dólares. Dio con una obra del pintor de La Boca Enrique Nani, y la limpió, la restauró y se fijó en su paleta nostálgica y oscura. Le dedicó una sala y toda una serie en la que sumerge paisajes ajenos en once de sus tonos de color, comprados en la ferretería de la zona, los mismos esmaltes con los que se pintan las casitas de chapa. “Quería que el cuadro reverbere en el barrio”, dice. El 18 de septiembre se activarán como partitura: la música se escuchará desde parlantes en la vereda. Otra fecha: el grupo de teatro está ensayando para presentar en noviembre los conceptos de los ideogramas de su Nuevo Lenguaje en el museo a cielo abierto en Cañuelas que está armando el Marco, adonde será trasladada la instalación cuando la muestra termine, el 19 de septiembre.

Lo relacional y colectivo son tendencias que atraen al artista. Se borra o se disuelve en el trabajo de otros, en el rescate de piezas antiguas o en los juegos que propone a sus contemporáneos. Por ejemplo, en Descripción e interpretación pide a gente ajena al arte que describa un cuadro famoso, y después les pide a artistas que lo dibujen a partir de esos textos. Participan Gaspar Acebo, Lucila Gradin, Gustavo Navas, Julián Terán, Gustavo Marrone, Marina Sissia. En Identikit, retrato y firma investiga quiénes son los autores apropiados, y pide informes grafológicos de sus firmas e inventa fechas a partir de la numerología para trazar cartas astrales. Los actores, después, les dan vida.

Quizá el punto culminante de su intención de fundirse en un autor colectivo sea el proyecto Gómez artista y mentor, por el que construye a partir de cientos de obras y de historias propias y ajenas a un autor que hasta ahora Landet presentaba como un ferroviario, marxista, pintor, amigo de poetas. Decía que lo había conocido en 2011 y heredado su obra, y en Walden le dedicó una retrospectiva en 2014, poco después de su supuesta muerte. Ahora revela Landet que Carlos Gómez no existe: es un invento suyo. Qué otra cosa es, si no eso, un artista.

Hasta el 19 de septiembre en el museo Marco, Almirante Brown 1031, La Boca.

https://es.artealdia.com/Resenas/EL-ATAJO.-UN-DESPLAZAMIENTO-EN-EL-AUTOR

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