Alexis Minkiewicz propone un juego de reescrituras inestables. Realiza la mudanza simbólica a La Boca de la escultura que corona el Congreso de la Nación. Revierte el monumento original de Víctor de Pol a la arcilla y a la cera, instancias previas en el proceso de fundición en bronce.
El conjunto alegórico vuelve al estado de boceto. Se torna maleable, un modelo para armar que presenta una escena alternativa en la que se corrompe la alegoría original a través de una réplica profana de sus propios elementos narrativos y formales. Minkiewicz enfatiza el juego de dominación que ejerce la República con sus riendas y proyecta una fantasía erótica sobre la relación entre ésta y la figura del caballo. En clave grotesca, es el placer inherente a toda ornamentación lo que se exacerba y se deja que desborde sexualizado resquebrajando la austeridad clásica de un monumento que es, en su estilo, una réplica colonizadora. Contra el ideal platónico, Minkiewicz propone un monumento inacabado y mutante en el que una República desequilibrada, frágil y sensual cae del pedestal del palacio legislativo y se ofrece como un cuerpo poroso que emana la potencia emancipadora del deseo.
Alexis Minkiewicz vuelve constantemente a motivos ornamentales de finales del siglo XIX y principios del XX. Trabaja con materiales tradicionales del quehacer artístico y se sumerge en un cuestionamiento ideológico de la producción estética durante los albores del estado-nación argentino. Realiza una crítica desde las propias materialidades y narrativas de una época hurgando el dedo en la llaga de los traumas heredados. Pervierte la aparente nobleza de sus diseños urbanos y motivos escultóricos para dar cuenta de los magmas subterráneos del deseo y la represión implícita en los preceptos clásicos de orden y austeridad.
Se entrega con pasión al boceto como una suerte de aprendiz de la tradición academicista que adquiere el oficio a través de la copia de obras maestras y paisajes circundantes. Sin embargo resulta un estudiante descarriado que fetichiza el fragmento, exhibe un gusto por lo inacabado y fantasea sobre el erotismo presente en el entorno construido. Así nacen dibujos en grafito con perspectivas aberrantes, esculturas de cera desmembradas y ensamblajes monstruosos a lo Frankenstein. En su obra desborda sexualizado el placer inherente a todo gesto ornamental. Ya sea el tronco de un árbol o un monumento de mármol, todo se convierte en carne, cuerpo y fuerza desde la mirada curiosa de la disidencia sexual.
En Rep(úb)lica, el monumento que corona el edificio del Congreso se muda a La Boca. La república ahora pende invertida y se convierte en un cuerpo inestable por la fuerza de su propio peso. Ha perdido los laureles, las riendas, el carro y tres de sus caballos. De la cuádriga, permanece un solo animal que muta a la figura indomable y fecunda del padrillo. Éste contempla a la República con una mezcla de terror y placer mientras ella le devuelve una mirada en extasis. Antropomorfizado, yace de patas abiertas en una cama de hierro cuya cabecera porta el motivo de la reja del Congreso.
Minkiewicz construye una réplica grotesca en arcilla y cera, materiales empleados respectivamente para el boceto y el molde de la escultura de bronce. De monumento inalcanzable, el conjunto escultórico se desploma del palacio legislativo como su pedestal. Junto con el bronce, la República pierde el carácter de ideal y renace metafóricamente como un modelo para armar tras la pequeña muerte de un orgasmo. Al pervertir los elementos narrativos del original, Minkiewicz retoma la tradición del grotesco que coloca forma y argumento en contradicción resquebrajando el ideal clasicista de orden. Si el original del escultor veneciano Víctor de Pol es una imitación colonizadora, en su ideario grecorromano,la intervención de Minkiewicz opera críticamente desde su interior como una puesta en abismo. Constituye una réplica profanada de una réplica de estilo que es, a su vez, la manifestación estética de una réplica política: el proyecto europeizante de nación que instalan las élites americanas en el siglo XIX.
La proyección de una fantasía erótica corrompe la alegoría triunfal y contrasta a la figura simbólica con una actualidad de un mundo neoliberal cuyas democracias ensanchan la brecha entre las vidas que importan y aquellas que convierte en desechables a través de sus mecanismos de exclusión de clase, raza, etnia, sexualidad y género, entre otros. Pone en crisis a la normatividad puritana y burguesa de la escritura patriarcal en un cuerpo femenino que se pretende puro y de la participación política como espacio meramente intelectual. Recuperando la potencia emancipadora del deseo , Minkiewicz monumentaliza la contracara de la vida pública en el ágora y el senado: las bacanales griegas y las orgías romanas. Así, Rep(úb)lica se transforma en un paramonumento contestatario que yuxtapone la acción de replicar como argumentar en contra y de la réplica escultórica como una reescritura desde el cuerpo. Contra los monstruos que engendra el sueño de la razón, irrumpe con fuerza transformadora a la rebelión de la carne.
Leandro Martínez Depietri – Curador.