El nuevo Museo exhibe dos muestras disfrutables, que presentan sendos mundos, muy propios, y al mismo tiempo ofrecen miradas diferentes y complementarias.
El Museo de Arte Contemporáneo de La Boca (Marco), se abrió recientemente al público con la función de albergar, conservar y difundir la colección de Arte de Fundación Tres Pinos y para promover las producciones contemporáneas de artistas locales e internacionales. Cuenta con setecientos metros cuadrados repartidos en dos salas de exposiciones, una de videoconferencias, una tienda y librería especializada y cafetería.
En estos días inauguró las muestras “#Bomba de brillo #Espectacular” de Cynthia Cohen (Buenos Aires, 1969), con curaduría de Florencia Qualina, y “Futuras cavernas”, de Ana Clara Soler (Buenos Aires, 1984), curada por Tainá Azeredo. Ambas exposiciones habían estado planeadas para ser abiertas el 14 de marzo, pero quedaron lógicamente suspendidas. Ahora, con el permiso de apertura y siguiendo los protocolos sanitarios, se pueden visitar.
Para poner en práctica de un modo ostensible el circuito activo de percepción y comunicación que supone la relación entre el cuadro y quien lo observa, completando su sentido, Cynthia Cohen ideó (junto con el herrero del Museo), un particular atril con una estructura giratoria, que exhibe las obras sobre el piso, o directamente colocados sobre la pared (gracias a los pies desmontables). Eso permite un juego de rotación de la obra, al modo de una ruleta giratoria o rueda de la fortuna. Con ese toque de kermesse o de parque de diversiones retro, la artista busca marcar un efecto lúdico y materializar con el movimiento físico ciertas preguntas básicas: ¿qué es un cuadro?, ¿cómo debe verse?, ¿hay derecho y revés?
Cada pintura consiste en dos mitades muy distintas, una al derecho, otra invertida, de modo que el visitante pueda girar la obra y elegir cuál ver al derecho, cuál al revés. Siempre alguna de las imágenes resulta relativamente más incómoda que la otra para ver invertida, debido, por ejemplo, a que evoca algo líquido.
Según contó la pintora en la visita guiada (siguiendo los protocolos sanitarios): “Quise presentar las pinturas como objetos espaciales, con una suerte de función analógica, ya que hoy en día todo se hace con un gesto del dedo en la pantalla del teléfono. Con estos cuadros, hay que recurrir al movimiento para la elección de una imagen. Una de las mitades del cuadro remite a una imagen pop, a un universo trillado, una exageración de la elección, nada sutil y la otra mitad es una suerte de capricho que atraviesa paisajes, comidas, flores y elementos más naturales. El elemento lúdico también estaba pensado para la inauguración, donde iba a haber una suerte de performance, en la que ocho asistentes rotarían las obras al mismo tiempo, cada quince minutos.”
Se trata de una exposición en la que, quienes miran, modifican de hecho las obras.
La muestra de Ana Soler, pensada hace un año, parte de una ficción en la que tres mujeres pertrechadas con lo necesario, viven en una cueva en la que generan su propia mitología, historia, cosmovisión. Con sus herramientas y utensilios en madera y cerámica (todo exhibido, dispuesto y organizado con gran rigor formal) producen un mundo donde se cruzan pasados míticos y futuros utópicos a partir del encierro.
Según explicó la artista en la visita guiada, “Se trata de un homenaje a todo el arte más doméstico, utilitario, ‘menor’ y ‘arqueológico’, de distintas culturas. Desde Egipto y África negra, hasta Mesoamérica, pasando por la brujería y el medioevo. Hay animales, objetos, símbolos protectores de los hogares, como circuló y circula en tantas culturas. Es decir: tomé cosas de todos lados para producir un sincretismo utópico/ distópico en un futuro incierto. Pero básicamente me imaginé que este lugar era una caverna donde vivían las chicas y están las herramientas con las que hacen sus cosas. Sus banderas, ropas, máscaras, túnicas, ponchos; sus abecedarios, sus textos e iconografías.”
Al final de la sala, como si se tratara del fondo de la caverna, doce acuarelas cuentan la génesis de este microcosmos. Allí está la mayor cantidad de “información”, porque se trata de narraciones visuales en la que todo comienza con fuegos, humo, ruinas y sigue con animales, vientos y lluvias, hasta terminar con una ciudad flotante.
“Es una obra –explica Soler- que trata de fantasear, ficcionalizar, sobre el pasado y el futuro y los cambios abruptos que pueden ocurrir… y han ocurrido.”
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