Ernesto Ballesteros en Revista Ñ, por Pilar Altilio.
Mediante conceptos de la física cuántica, un cargamento de lápices de color amarillo cadmio y una troupe de colegas, el artista intervino con Un dibujo los 350 metros cuadrados del museo MARCO.
Un auténtico elogio a la lentitud es la muestra de Ernesto Ballesteros que exhibe el museo MARCO de La Boca. Aunque viene realizando intervenciones en las paredes, este nuevo plan ejecutado durante varias semanas se llevó a cabo “ante los ojos del público”. Un dibujo —como se llama la intervención— se podía visitar mientras un grupo de artistas trabajaba en su realización.
Entre sus puntos destacados está la levedad. Dentro de la sala, la intervención introduce al espectador en una especie de plano arquitectónico en suspensión, como si estuviera gravitando. Otro es su necesidad de hacer del muro un lugar donde se deja de lado la estridencia y el volumen de imágenes a que estamos sometidos. Una “intervención de baja radiación” según Ballesteros, debido a que la densidad en parte se acentúa pero en parte se volatiza, en una planta de 350 metros cuadrados que albergara un cine, de ahí que predomine un largo tramo hacia el fondo.
Pero hay que decir que Un dibujo no es precisamente uno, sino que se desdobla en dos salas como resultado de un proceso minucioso que atrapa el tiempo con líneas. La sutileza del color la consigue usando lápices de colores especialmente elegidos, como en el caso del amarillo de la planta baja. Su vibración tan especial se debe a que los lápices contienen cadmio, un producto que se dejó de lado pues si bien no es tóxico en el lápiz, manipular este metal pesado en un producto industrializado no es conveniente para la salud. Ballesteros hizo un trabajo extra para conseguir la considerable cantidad de estos lápices que aún estaban diseminados por el mundo, ayudado por amigos que fueron comprando todo el stock posible.
En la planta alta la consistencia de la intervención se aligera aún más, y logra que el ojo vaya acostumbrándose, aunque lentamente, a seguir la disposición de los elementos dibujados que no intentan asociarse con nada conocido, dejando al espectador librado a su propia interpretación. Ambas salas están iluminadas de modo homogéneo, sin enfatizar en ningún foco de atención, y modificadas por elementos simples y controlados en su distribución en una serie temporal que renueva y remarca la idea de lo hecho a mano con puntillismo.
Ballesteros juega con dotar al espacio de esa vibración especial que le aporta el amarillo por su capacidad de mantenerse pregnante en la retina. Parte del zócalo donde presenta la mayor densidad, producto de un desvelo para lograr que esa saturación hecha con líneas de lápiz en muchas horas de trabajo, lograra producir ese efecto neumático de elevar los planos que se percibe en la sala vacía. Recuerda a alguna escena del mítico filme de Stanley Kubrick estrenado en 1968, 2001 Odisea del espacio, donde un entorno que parece común y reconocible se carga de algo raro a la percepción.
En las fronteras del arte y la ciencia
El sesgo que utiliza tiene algunas raíces reconocidas por el artista como cercanas a una aproximación a lo que no alcanzamos con la vista pero —tal como sostienen los físicos y matemáticos— “se acumulan evidencias de que esas cosas están ahí”. Su relación con la física cuántica es producto de un interés personal debido a una claudicación que hizo cuando intentaba elegir una carrera a seguir. “Si no hubiera sido malísimo para las matemáticas hubiera estudiado Astronomía”, cuenta a Ñ Ballesteros. “Al final de la secundaria, cuando estaba viendo qué seguir, busqué y el programa de astronomía estaba casi todo basado en matemáticas, y me abataté. Pero siempre me interesó conocer dónde estamos, desde cuándo existe todo, y porqué tiene las características que tiene. Al mismo tiempo siempre amé el arte que, en definitiva, salva al mundo”.
En la sala se percibe algo de esa aproximación a una materia imprecisa, también presente en las intervenciones en períodos cortos de tiempo para no bajar la intensidad de la transmisión de energía que cada una de esas 20 personas pusieron en cada línea, durante seis semanas de trabajo. Que en el equipo sean todos artistas activos fortalece el plan. Y es por eso que todos están nombrados en el material de difusión de la muestra, como parte de esa comunión de energías que, a la vez que cumple con el sistema de trabajo rentado, se integran en un plan concebido con una directiva clara por parte del autor que lo firma.
El trabajo de Alejandra Aguado acompaña el proceso curatorial y aporta una mirada externa que facilitara la concreción de una idea: la aproximación a algo que —desde el plano visual y usando el lenguaje de las artes visuales: color y línea sobre un plano—, fortalece la idea inicial sin sobrecargarlo. En ese propósito que engloba capricho, poesía y sorpresa con el que arte y ciencia quedan cercanos, Ballesteros entiende su interpretación, lejos de una conceptualización de lo que representa su trabajo. Y usando los conceptos de la física cuántica sobre que “una partícula puede estar acá y allá al mismo tiempo” nos cuenta que ese carácter de indeterminación fue lo que le dio “el puntapié para hacer esta muestra”.
Equipo: Violeta Mollo, Cotelito, Laura Ojeda Bär, Ji Hyun Kim, Maximiliano Murad, Carlos Cima, María Mulder, Guido Orlando Contrafatti, Celina Eceiza, Lucia Reissig, Florencia Ferrari, Rocío Englender, Walter Andrade, María Valeria Maggi, Yael Desbats, Triana Leborans, Juan Gabriel Miño, Cervio Martini, Sofía Berakha y Julieta Ezcurra.
Razones de un amor amarillo
-Hablemos del color amarillo, del que sugeriste en nuestra conversación que eliges en parte por su vibración, en parte porque nuestra estrella es amarilla, pero usaste para la sala de planta baja cientos de lápices amarillos elegidos especialmente.
-Con respecto al amarillo, voy a ser más preciso. A veces para simplificar uno termina diciendo algo que no es exacto. El sol es blanco, es decir si uno lo mira fuera de la atmósfera, es blanco. Ahora, dentro de la atmósfera, se ve amarillo, pues de todos los colores que forman el blanco (los colores del arco iris, los colores que podemos ver) las ondas más cortas tienden a rebotar en las partículas flotando en el aire, y las ondas más largas atraviesan la atmósfera más fácilmente. Por esta razón a fines prácticos, el ojo lo ve amarillo, y nuestra visión se centra en ese color, que se encuentra por ello en el centro de nuestras posibilidades de visión. Por algo las señalizaciones son con fondo amarillo.
Todos estos son datos los tengo presentes, pero a la hora de elegir un color para realizar el dibujo de la planta baja de MARCO, influyó más el hecho de que es un color que termina siendo (por la misma razón de lo que explico arriba) un color más luminoso que el blanco mismo. Genera una vibración que pareciera quedar impreso en la retina. Por eso lo elegí. Es tan pregnante que se borran casi las formas y las perspectivas y se nos viene encima.
Tengo también presente el hecho de que ciertos colores fueron usados y siguen siendo usados por instituciones, partidos políticos, etc. en este contexto con todos los colores y en este caso con el amarillo, yo estaría diciendo: devolveme el amarillo. No vamos a dejar de usar en nuestros trabajos determinados colores porque se los asocie con esto o aquello.
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